Baco (de Michel Angelo Merisi, llamado el Caravaggio, 1571-1610)
El descubrimiento del vino fue seguramente una de las más embriagadoras experiencias del hombre. Hay quienes consideran que sucedió en tiempos prehistóricos, pero en algunas culturas, dado el importante valor que se le atribuye, se relaciona su descubrimiento con personajes mitológicos o figuras patriarcales como la de Noé.
Este habría sido, según una conocida tradición, primero el propugnador de la viticultura al salvar su poderosa arca, y luego el descubridor de la preciosa bebida, a causa de la cual sufriría por abusar de ella.
Es muy probable que fueran los romanos los que difundieran el cultivo de la vid, pero la importancia económica, alimentaria y, podría decirse asimismo, cultural del vino se dio sobre todo después del año 1000, cuando, tal como sucedió en el siglo XIV, la Curia de Pinerolo hacía que coincidieran las ferias con la vendimia, y entre los campesinos se comenzaba a seleccionar las cepas en función de las características del terreno y de las exigencias del gusto.
El punto cualitativo y productivo culminante de esta actividad agrícola se alcanzó quizá en el siglo pasad. Así lo sugiere el hecho de que se eligiera a Pinerolo, en 1881, como sede de una importante exposición ampelográfica que tuvo lugar en los locales del Collegio Convitto Civico. En ella se mostraron 628 variedades de vid, de las cuales 333 llevaban la etiqueta de indígenas o de importación desconocida, 273 la de extranjeras y 22 la de americanas.
Pocos años más tarde, no sólo la filoxera, sino también -y en mayor medida- las modificadas condiciones económicas y sociales, debilitaron fuertemente nuestra viticultura, que tan sólo en tiempos recientes ha reconquistado la atención que se merece, así como se han redescubierto igualmente sus potencialidades. Como es natural, una bebida cuyas raíces ahondan en el mito no podía no ser evocada por la leyenda, y el relato "El diablo y la santificación del domingo", recogido por el Prof. J. Jalla a comienzos del siglo pasado, lo documenta perfectamente, a la vez que expresa, entre líneas, un mensaje educativo y "moral" acerca de lo que podía conllevar un consumo excesivo.
Los vinos aludidos en el relato son el de Pomaretto (probablemente el Ramìe, preciado tinto que es actualmente una peculiaridad vinícola de esta comarca) y el de Ricopanso, vino "cuasi legendario" por obtenérselo en viñedos cultivados a más de mil metros de altura, en las pendientes más expuestas del Valle Germanasca, por lo general en la zona de Maniglia. Este vino, aunque generalmente considerado como áspero y de escasa graduación alcohólica (máx. 7/8 grados), tendría la virtud de hacer bailar al menos bailarín.
Tal singular propiedad, según se cuenta, quedó eficazmente demostrada para doce jóvenes de Maniglia, un sábado por la noche. Habían ido a bailar a una granja del caserío So di Planco. Después de comenzar la velada con una agradabilísima libación de Ramìe, habían pasado al Ricopanso "bailarín", que los condujo -por decir así- hasta las primeras horas del alba, sin que se dieran cuenta de que ya era domingo, fiesta de santificar. Cuando todos juntos estaban regresando a sus aldeas, uno de ellos contó a los miembros del grupo y advirtió que alguien se les había unido. Unas pesuñas caprinas revelaron inmediatamente la identidad del intruso, que tan pronto fue descubierto, desapareció en medio de un torbellino de llamas y humo.
(Extraído de "L'eco del Chisone", 15 de octubre de 1998)
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