Foto de Eric Dañino
El reciente informe de la OIV (Organización Internacional de la Vid y el Vino) sobre el avasallador crecimiento del sector vitivinícola sudamericano en el concierto mundial del vino, ha incluido por primera vez en muchos años al Perú, con una presencia todavía tímida pero presencia al fin.
Indudablemente, no se le ocurriría ni al más despistado deducir que por esa referencia la elaboración de vinos en nuestro país le esté pisando los talones a la producción argentina y mucho menos chilena, por no decir que ni siquiera alcanza los niveles cuantitativos de Uruguay. Debemos pisar tierra firme en esas materias, porque esa condición tiene sus ventajas: en pocos países los consumidores pueden contar con una oferta tan variada de vinos de todo el orbe como en el mercado peruano.Sin embargo, nadie se apresure a lanzar bulas de excomunión todavía sobre el potencial que tenga el Perú en materia vitivinícola, especialmente en lo que se refiere a los vinos de alta gama.
El horizonte de la vid en el mundo ha cambiado tanto en los últimos años que lanzar sentencias doctorales afirmando que la vitivinicultura peruana está condenada a los vinos blancos, varietales de baja calidad o al pisco es poco menos que un atrevimiento, sino un ejercicio prejuicioso de poca ilustración. No sólo porque las ciencias agrícolas y enológicas han tomado rumbos inesperados, descubriendo lo hasta ayer imposible (prácticamente ya no existe lugar en el planeta en el que no se pueda cultivar uva para vinos de calidad), sino porque hasta la propia naturaleza ha querido cambiar el panorama de súbito a golpe de cambios climáticos con o sin calentamiento global.
De esta suerte, todo lo que se conocía hasta ayer no más sobre terruños aptos y no aptos para la vitivinicultura de calidad está en revisión.
Sin ir muy lejos, Argentina ha demostrado en los últimos veinte años que una serie de mitos eran solamente eso: mitos. Nicolás Catena, que recientemente nos visitara, se encargó de derribar aquel que excluía los viñedos por encima de los 700 metros sobre el nivel del mar. Y en cuestión de latitudes, la norteña Torrontés ha dado también un tiro de gracia a estas supercherías enológicas.
En el caso peruano, la situación se agrava si tomamos en cuenta que hasta el día de hoy no se han realizado estudios serios sobre zonas aptas para el cultivo de vides finas en el territorio nacional. Sin desdeñarlas, las que hoy son consideradas zonas vitivinícolas lo son en virtud de la tradición y no siempre cuentan con el respaldo de los resultados. Pero por un simple ejercicio de sentido común, no hay modo de que no existan estos terruños deseados en un país que comprobadamente cuenta con el 98% de los microclimas y hábitat naturales del mundo.
Nadie se lance, entonces, a la aventura de excluir al Perú de toda posibilidad de convertirse en un gran productor de vinos de alta gama.
El camino recién empieza, los pañales están intactos, pero la ciencia, la naturaleza y la prodigalidad del territorio peruano parecen soplar a favor.
fuente:periodistadigital.com
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