Para comenzar la cata de vinos, lo mejor es encontrarse en un lugar donde haya muy buena luz y que no haya aromas que interfieran con los de vino. Por esto mismo es que no es recomendable emplear la cocina. También es ideal escoger un horario lejano de las comidas, como ser media mañana, media tarde o ya entrada la noche. Es importante también no fumar ni perfurmarse. Recordar siempre eso: cualquier olor externo nos perjudicará la apreciación correcta del vino.
Luego de servir, lo primero que hay que hacer es apreciar el vino. No se trata de ser un experto en las primeras etapas, eso ya vendrá con el tiempo. Simplemente es una cuestión de observar sus tonalidades. Si es joven, se verá su brillo e intensidad. Con el tiempo puede que los colores hayan ido ganando complejidad.
Para observar el cuerpo del vino, nada mejor que mover la copa en forma circular, viendo así cómo se adhiere a las paredes del recipiente. Si lo hace lentamente, dejándose caer, seguramente estamos frente a un vino de buen cuerpo.
Por último, antes de llevarlo a la boca, trataremos de identificar los aromas, que se dividen en primarios, secundarios y terciarios. Los primeros corresponden a la misma uva, los segundos de la fermentación alchólica y los últimos están atribuidos a la crianza del vino, ya sea en botella o en los barriles.
Mete la nariz dentro de la copa, no temas. Fíjate si te recuerda a alguna fruta en especial, a alguna hierba, especia, a café, chocolate o vainilla. Todas las uvas tienen notas particulares, que le confieren sensaciones únicas. Esta práctica verás que la irás acrecentando con la experiencia y el paso del tiempo.
Ahora sí, a beber ese vino. En un sorbo pequeño, que dejarás esparcir por toda la boca, permitiendo que ingrese un poco de aire para que los sabores cobren mayor protagonismo. En la punta de la lengua identificarás los sabores dulces, los ácidos a los costados y en el fondo los amargos.
Ya has visto que no es tan difícil catar vinos. Sólo es cuestión de ponerle ánimo y empezar a adiestrar el paladar.
Luego de servir, lo primero que hay que hacer es apreciar el vino. No se trata de ser un experto en las primeras etapas, eso ya vendrá con el tiempo. Simplemente es una cuestión de observar sus tonalidades. Si es joven, se verá su brillo e intensidad. Con el tiempo puede que los colores hayan ido ganando complejidad.
Para observar el cuerpo del vino, nada mejor que mover la copa en forma circular, viendo así cómo se adhiere a las paredes del recipiente. Si lo hace lentamente, dejándose caer, seguramente estamos frente a un vino de buen cuerpo.
Por último, antes de llevarlo a la boca, trataremos de identificar los aromas, que se dividen en primarios, secundarios y terciarios. Los primeros corresponden a la misma uva, los segundos de la fermentación alchólica y los últimos están atribuidos a la crianza del vino, ya sea en botella o en los barriles.
Mete la nariz dentro de la copa, no temas. Fíjate si te recuerda a alguna fruta en especial, a alguna hierba, especia, a café, chocolate o vainilla. Todas las uvas tienen notas particulares, que le confieren sensaciones únicas. Esta práctica verás que la irás acrecentando con la experiencia y el paso del tiempo.
Ahora sí, a beber ese vino. En un sorbo pequeño, que dejarás esparcir por toda la boca, permitiendo que ingrese un poco de aire para que los sabores cobren mayor protagonismo. En la punta de la lengua identificarás los sabores dulces, los ácidos a los costados y en el fondo los amargos.
Ya has visto que no es tan difícil catar vinos. Sólo es cuestión de ponerle ánimo y empezar a adiestrar el paladar.
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